jueves, 12 de julio de 2012

John Carter (y 4)




Lo miaoncs

Cuando un maltrecho Jonh Carter, refugiado de los indios en una cueva de la Virginia colonial, encuentra un medallón con un extraño brillo azul en su interior, todo su mundo cambia. Se despierta de repente en un árido paisaje que, como descubrirá después, pertenece al cuarto planeta de nuestro sistema solar, algo un poco a desmano del suyo, el tercero en la lista. Ese descubrimiento impactante le hará plantearse cómo ha llegado allí y qué puede hacer para volver a su Virginia natal.

Como hemos podido experimentar, llegar a Marte en una nave espacial es algo factible, pero, desde luego, no es algo instantáneo. Tampoco parece posible esconder una nave espacial en un colgante del tamaño de una mano adulta. Sin embargo, la sensación que experimenta John es de un cambio fugaz de localización. No es consciente de una transición o una especie de viaje.

La sensación que nos produce este fenómeno es la de que Carter se ha teletransportado mágicamente a la superficie marciana. ¿Cómo podría hacer esto? Desde luego, no de una forma que podamos explicar con los conocimientos actuales. De hecho, parece poco probable que algo así sea posible.

Las investigaciones de Carter durante la película, junto a la ayuda de una nativa, le llevan a descubrir una realidad sorprendente: que posiblemente no haya viajado toda esa distancia, sino que se ha generado una copia de sí mismo para el planeta rojo (de ahí la denominación de Jonh Carter de Marte), como si fuera el producto de un telegrama interestelar.
Si obviásemos los problemas asociados al teletransporte, aún podríamos preguntarnos de dónde sale el material para la copia y qué máquina invisible es la que recrea el cuerpo y la mente de Carter en el punto de destino.
¿Todo eso con un sólo medallón? Eso y más, como veremos.

Otra sorpresa más acontece cuando nuestro embajador en el planeta rojo descubre la forma de volver a su hogar. Bastante curiosa, por cierto, dicha solución, pues consiste en sujetar el medallón y recitar las palabras mágicas que lo activan. Con la mala pata, además, de que es uno de los enemigos quien finalmente lo manda de vuelta, pero, eso sí, sin el colgante y, por ende, sin forma de regresar con su amante marciana.
El caso es que Carter aparece en el mismo punto de la Tierra del que desapareció, como si fuera una especie de portal entre mundos. Pero algo no cuadra: se halla entre entumecido y congelado, le cuesta volver a poner en movimiento sus extremidades. Y cuando levanta la vista, observa desconsolado como su general, al que dejo moribundo tan sólo un par de días antes, yace en la misma posición, apoyado contra la pared de la cueva, pero sólo quedan de él su esqueleto y sus ropas.

Dado que un cadáver tarda varios meses, como mínimo, en quedarse sólo en los huesos, y que John Carter ha estado en Marte un tiempo insignificante, ¿a qué se debe esa diferencia temporal? Un viaje relativista podría ser una solución, con Carter viajando al a velocidad de la luz, pero entre los dos planetas no hay más que unos pocos minutos a tal velocidad. ¿En que gasta el tiempo restante, que para esas circunstancias sería de más de dos años?

Otro inconveniente de la teoría del transporte es qué es lo que condiciona que se cree, o no, una copia suya en el planeta de destino. ¿Detecta que ya hay un cuerpo como ese en el planeta y entonces sólo envía la conscienia? Parece algo rebuscado.



















miércoles, 11 de julio de 2012

Dime de que planeta vienes y te diré que eres un retaco

John Carter (parte 3)




Si hay una característica que no se suele tener en cuenta en el mundo de la ciencia ficción cuando se propone la existencia de especies desconocidas (ya sea en la Tierra o en el planeta desconocido de turno) es el de los problemas de escala que se generan debido a que el peso y el tamaño no aumentan en la misma medida. Si un determinado animal multiplica su tamaño por "x" manteniendo sus proporciones originales, su peso no aumenta "x" veces, sino bastante más, dado que se multiplica por x^3. De la misma forma, sus superficies expuestas, de apoyo, etc., aumentan en un factor x^2. La razón de esto es simple: si el anima aumenta de forma proporcional, será, para x=2, el doble de alto, de largo y de ancho; como todo el mundo sabe, el volumen V, simplificando, es igual a: V=Al x An x L.

Lo anterior se puede aplicar, por un lado, a las ocasiones en que se sobredimensiona cualquier animal (seres humanos incluidos) dentro del mismo planeta en que coexiste el original, dando lugar a monstruosidades que difícilmente podrían mover una pata para dar un paso, por mencionar sólo uno de los problemas.

Del mismo modo, el razonamiento planteado se puede extrapolar para la biodiversidad de otros planetas con gravedades distintas, sobre todo cuando se tienen, como ocurre con esta película, animales iguales a los de otros planetas pero con gravedades bastante inferiores (G-Tierra = 2,7·G-Marte).

Una criatura cuyo peso en la Tierra fuera de 2700 N se sentiría imbuida de una repentina ligereza al visitar la superficie marciana, pues vería dicha cifra reducirse a tan sólo 1000 N. Por esta razón, para una misma morfología, dimensiones y masa, la criatura residente en Marte necesitaría mucha menos musculatura y estructura ósea para sostenerse que la que dicha criatura necesitaría en la Tierra. Si esto lo tradujéramos a criaturas originadas, evolucionadas y desarrolladas en un planeta determinado, el resultado sería que en aquellos presentes en planetas de baja gravedad encontraríamos seres de mayores dimensiones y altura o de extremidades más delgadas para dimensiones parecidas, mientras que en aquellos cuya gravedad alcanzase cifras elevadas la fauna se compondría más bien de animales pequeños, más aplanados, con extremidades más fuertes.

De hecho no es sólo una cuestión biológica. Mientras Marte puede lucir su Monte Olimpo de 28 km de altura, en la Tierra una montaña no podría superar por mucho la altura actual del Everest.

Todo este discurso sirve como "introito" a la idea que da pie a esta entrada: la fauna de Barsoom (el nombre de Marte en el film). Si bien los "tharks" (unos humanoides altos y delgados con cuatro brazos) cumplen en cierto modo con la morfología esperada, la sorpresa llega cuando uno ve que en Marte hay... humanos. Parece difícil de creer que con la más que apreciable diferencia entre gravedades -despreciando la elevadísima improbabilidad evolutiva- dos especies alcancen el mismo resultado.

Esta argumentación podría extenderse también a otra de las pocas especies que se muestran en la película: los animales que sirven de montura, y que recuerdan fácilmente a nuestros terrestres rinocerontes.

Visto lo visto, las leyes de escala son un punto más en la larga lista de las consideraciones que los creadores de la película han pasado por alto.






Volare, oh, oh...

John Carter (parte 2)



Los cielos siempre han cautivado la mente humana; no es de extrañar por ello que el hombre haya intentado conquistarlos a lo largo de su historia hasta lograrlo. Existen, ciertamente, muchas formas de volar. Podemos tomar un avión, saltar en paracaídas, arrojarnos por un precipicio... o incluso fumarnos esas plantitas tan aromáticas que colecciona nuestro amigo con rastas genérico. Y luego está la forma de volar que nos propone Disney en esta película, de la cual podríamos decir que, ciertamente, está casi más más cerca de la última de las alternativas que de la primeras.

En realidad, no sería correcto hablar de volar. Si hacemos caso a sus protagonistas, deberíamos hablar de "navegar". Sí, de navegar, pero... por la luz. !Con un par! Esa es la nada atrevida idea de la factoría Disney. No esperéis, dicho sea de paso, que lo justifiquen de forma alguna.

Si bien hemos hecho el matiz verbal sobre el término navegar, no es menos cierto que, en realidad, nuestros modernos aviones no se distinguen mucho, en lo que a su desplazamiento respecta, de los barcos (o, mejor dicho, de los submarinos), pues ambos se dedican a desplazarse por un fluido (aire unos, agua los otros), tratando de sostenerse sobre el mismo.

En el caso de los barcos, estos se limitan a cumplir el principio de Arquímedes (todo cuerpo sumergido en un fluido... ¡Despertad!), logrando que su masa sea inferior al empuje del agua que desplazan. Lo mismo ocurre con un globo aerostático o un dirigible: el aire caliente de su interior es más ligero que el del entorno que lo rodea, ascendiendo como resultado.

¿Y un avión? ¿Puede pesar menos que el aire semejante armatoste? Lo cierto es que no. El avión no pesa menos... hace trampas. El perfil de las alas de un avión está estudiado para que, a partir de cierta velocidad, se genere una fuerza de empuje por debajo de la misma que supere al que se produce en la parte superior y al peso propio  del avión.

Sin embargo, y volviendo la vista hacia el planeta comunista y sus alucinantes naves, la luz, a diferencia del aire o el agua, no es un fluido. La luz que vemos (y la que no) está compuesta por fotones, elementos sin masa. Es una onda electromagnética. No tiene una densidad que nos permita hacer flotar un cuerpo de densidad menor. No genera una fuerza de sustentación al desplazarnos por ella... ¿Como podría nada volar por la luz?

Por si esto no fuera suficiente, no debemos olvidar que las naves que aparecen en la película no es lo que alguien llamaría "pequeñas". Un rápido calculo comparativo con el tamaño de nuestro protagonista nos permite estimar una longitud de al menos cien metros para tales armatostes. Cien metros de metal y tripulantes capaces de sostenerse estacionariamente en el aire, cual helicóptero, con la única ayuda de unos pocos remos con pinta de alas de libélula gigante que ni siquiera presenta un movimiento que nos pudiera permitir achacarles la sustentación de la nave.

Ciertamente, parece bastante increíble que los impresionantes cruceros que vemos durante la película pudieran levantar siquiera dos palmos del suelo.

Bota, bota, la pelota...

John Carter (1 de muchas)





Es una película de aventuras, pensé. En algo así poca física habrá que revindicar, pensé. No merece la pena verla, pensé... craso error el mío por pensar. Si en entradas anteriores mencionaba el juego que daba algo como Aeon Flux, lo de John Carter se sale de toda escala medible.

Empecemos por la que es uno de los rasgos principales de la película: los saaaaaaaltoooooss.

En la película observamos como un desorientado John Carter se despierta en una árida superficie de Barsoom (Marte), sin saber muy bien cómo o por qué se encuentra allí. Cuando nuestro terráqueo amigo intenta ponerse en pie, pierde el equilibrio y cae de bruces. Y la secuencia se repite durante varios intentos hasta que, por fin, superpone el uso de la masa cerebral a la respuesta instintiva primaria y se da cuenta de que, por alguna razón que no alcanza a comprender, sus movimientos han alcanzado de repente una potencia sin parangón.

Es entonces cuando su sentido del equilibrio empieza a funcionar de nuevo y nuestro héroe comienza su andadura, cual canguro australiano, por la superficie del planeta rojo. Y sigue salta que te salta –algo que no dejará de hacer en toda la película- durante varios minutos de metraje en los que Juanito va perdiendo el miedo, el director del film la cordura y el asesor científico no pierde nada porque se ha ido de vacaciones.

El punto culmen de esta saltarina aventura llega en la secuencia del abordaje a las naves enemigas (de las que hablaremos en otra ocasión, pues no son moco de pavo) por parte del protagonista.

Si nos permitiéramos hacer unas estimaciones algo imprecisas –aunque jugando siempre a favor de la credibilidad del filme- podríamos decir que lo que al principio son saltos generosos, se convierten en desplazamientos aéreos en los que Jonh alcanza sobradamente los 7 metros de altura y los 60 metros de longitud, para terminar con un salto sobre una nave que supera con facilidad los 100 metros de longitud y los 30 metros de altura.

Es fácil suponer que esta especie de “súper-poder” viene dado por la diferencia gravitacional con el país de origen del protagonista; de hecho se comenta en un momento de la película. Pero, ¿justifica realmente la variación de dicho parámetro las increíbles hazañas descritas con anterioridad? Hagamos que la calculadora eche humo…

La gravedad en Marte es de unos 3,7 m/s2, es decir, en torno a algo menos de la mitad de la de la Tierra (GT=2.6 · GM). Dada la relación de la gravedad con el peso (P = m · g), y puesto que la masa del protagonista no varía, se observa claramente como su peso se reducirá en la misma proporción. Suponiendo la masa de nuestro protagonista en unos 80 kg, eso nos da un peso de unos 210 N.

La altura que un objeto (en este caso un ser humano) puede alcanzar cuando no se le aporta energía una vez éste está en el aire dependerá de la velocidad inicial en el momento del salto, que podemos calcular como:
V^2=V0^2+2a(Xf-X0)

Para el punto más alto del salto se tiene v=0 (ha dejado de subir y empieza a descender), que aplicado al caso de un buen salto en la Tierra (1 m) nos da una velocidad inicial de: 4,43 m/s.

Si asumimos que esa velocidad se obtiene acelerando el propio cuerpo desde el reposo durante 0,5 s, la fuerza que es necesario aplicar será la correspondiente para vencer el peso propio más la fuerza para obtener dicha velocidad (F=m·a), obteniendo “a” como:

V=V0+a·t

Sustituyendo, tenemos a=8,9 m/s^2 y F=784+80*8,9=1496 N.

Si esa misma fuerza se aplicase en el planeta rojo, y contando que el peso propio es menor, la fuerza restante, capaz de elevar el cuerpo por los aires, será de: F = 1496 – 210 = 1286 N.

Con esa fuerza y las consideraciones anteriores, a = 16 m/s2 , v0 = 8 m/s y xf = 8,6 m.

Tenemos, por tanto, que si bien los primeros brincos de John Carter por la superficie marciana son en cierto modo realizables, no lo son, desde luego, los que le vemos dar tan alegremente durante el resto de la película.

domingo, 8 de julio de 2012

Tu madre no te dejaría meter esto en casa...

Acero puro




Los videojuegos han alcanzado un nuevo nivel en el año 2020. Las aburridas imágenes en movimiento han dejado paso a unas notablemente más impresionantes peleas de robots de más de 30.000 $ y unos 600 kilos de peso… ¿He dicho 600 kilos? Ciertamente parecen bastantes menos. Vamos a ello.

Uno de los primeros detalles que llaman nuestra atención respecto al peso de estos armatostes metálicos tiene lugar en la reinvención del toreo que presenciamos al inicio de la película.
Durante la refriega observamos como el robot con nombre de carne argentina salta con cierta facilidad por encima del encabronado animalito, apoyando un pie sobre su lomo y aterrizando tras ello con soltura en el suelo. Sin embargo, y pese al alto peso que es lógico presuponerle al engendro mecánico en cuestión, no se observa que el aterrizaje produzca la más mínima reacción ni tampoco ninguna incomodidad en el bovino, que sufre el apoyo sobre sus cuartos traseros sin inmutarse.

Unos segundos después, y gracias a un despiste del controlador del robot, el toro embiste a este último y le arranca una pierna –discutiremos esto más adelante- yéndose con ella enganchada en un asta y arrojándola de un cabezazo hacia el público, donde se ve como impacta contra un espectador, que se lamenta como si hubiera recibido un golpe mediano. Desconozco cuál es la fuerza del cuello de un toro como el de la película, por lo que voy a considerar como posible el lanzamiento; ahora bien, si una amasijo de hierros como ese de, supongamos, unos plausibles 100 kilos cayese sobre una persona, desde luego el daño sería mucho mayor que un simple golpe del que resentirse.

También son algo curiosos los “poderes” del astado. Primero vemos como le arranca la pierna al robot en una embestida, ¿es esto posible? Al menos parece improbable. Al embestir, nuestro cornudo amigo baja la cabeza y golpea al trasto metálico por debajo de su centro de gravedad, volteándolo por encima suyo; al hacer esto el golpe del impacto es menor que en el caso de mantenerse rígido e inmóvil el propio robot. ¿Cómo podría romper una articulación destinada a soportar más de 500 kilos?

Uno segundos después, y con el robot ya derrotado contra una valla, la última embestida del astado termina con este ensartando al primero atravesando la armadura de su pecho. ¿Qué clase de toro es capaz de atravesar varios centímetros de acero con sus astas?

Por si eso no fuera poco, se lo lleva enganchado sobre su cabeza como quien se pone un bombín para lanzarlo con cierta soltura un momento después. El toro pesa unos 900 kilos –lo estiman en la propia película-; parece difícil de creer que pueda levantar con tanta soltura más de la mitad de su peso.

El último detalle a este respecto nos lo proporcionan las dos niñas pequeñas que se llevan a rastras la pierna arrojada a la grada. Menudos bíceps tienen las tiernas infantes para arrastrar por si solas semejante armatoste.

Es cierto que todo lo anterior podría hacernos pensar que los robots luchadores que aparecen en la película no son todo lo pesados que se ha supuesto en un principio. Es más, aunque no se menciona en la película, navegando por la red se puede encontrar un dato de unos 90 kilos para los robots. Pero, dada la densidad del acero, de casi 8.000 kg/m3, el elevado peso de las baterías y los accionadores y engranajes con que cuentan los robots, ese dato se hace difícil de creer. Por ejemplo, como dato comparativo, una moto de 250cc ya sobrepasa fácilmente los 130 kg de peso.

Parece ser que nuestros amigos metálicos necesitan ponerse a régimen.

iWater, lo que tu iPod siempre quiso ser


Aeon Flux (parte 2, y da para más...)


Si en la entrada anterior el análisis se centró en el extraño mecanismo de comunicación, en esta segunda parte la idea es hacer un repaso al batiburrillo de sucesos físicamente improbables que se pueden observar a lo largo de la película.

El primero de ellos consiste en el curioso sistema de grabación de contenidos y reproducción de los mismos que aparece cuando la intrépida protagonista se infiltra en las dependencias del enemigo cual Ethan Hunt en Misión Imposible.
En dicha escena se muestra una sala, una especie de “archivo”, que cuenta con una especie de piscina en el suelo en la superficie de la cual podemos ver diferentes vídeos mostrados de forma simultánea a lo largo de la superficie acuosa. Podríamos achacarlo a algún tipo de proyectores submarinos que empleasen la superficie del fluido como pantalla de retroproyección, y sería en cierto modo realizable. Pero el concepto cambia cuando vemos como una gota cae desde un conducto del techo con una suerte de imágenes en movimiento en su interior, plasmando estas en la superficie acuosa tras impactar con la misma.

Resultaría interesante saber cómo guardar información en una gota de agua (a todos los homeópatas del mundo les harían los ojos “chiribitas”), pero de momento no hay razón alguna para pensar que esta posea algún tipo de “efecto memoria”. La química nos dice que en un fluido los productos disueltos en él se distribuyen de forma aleatoria y uniforme, algo bastante contraproducente si lo que se quiere es obtener una secuencia ordenada de datos.

Y no es sólo es la cuestión de la información contenida, sino que, como podemos observar, esta se reproduce dentro de la propia gota al tiempo que esta desciende.
¿Un microproyector imbuido en la gota que se mantiene proyectando una vez introducido en la piscina? Parece difícil de creer, sobre todo si tenemos en cuenta que para que la imagen se vea con esa claridad en una pantalla no precisamente blanca, a ese tamaño y en una sala ligeramente iluminada harían falta al menos 20 watios de potencia lumínica.

Desde luego, el sistema es bastante resultón, pero no parece muy fácil de realizar, además de ser poco eficiente y de escasa utilidad.

Otro punto que llama poderosamente la atención en la película es la infiltración de las dos rebeldes en la residencia del dirigente de la población. Para evitar caer con todo el equipo en una peligrosamente punzante mala hierba, Aeon hace fuera contra dos superficies perpendiculares con sus piernas, sujetando así todo su cuerpo en horizontal a escasos centímetros de la fatal acupuntura biológica que le espera debajo confiada en que la gravedad haga su trabajo.
Pues bien, me gustaría saber el truco, porque tal proeza me parece ciertamente difícil de realizar. Tratemos de verlo con un dibujo:



Si tomamos las flechas rojas como la fuerza ejercida por las piernas de Aeon y las felchas negras por las fuerzas iguales y de sentido contrario ejercidas por el muro según nos indica la Primera Ley de Newton, el estudio del equilibrio nos da como resultante una fuerza en la dirección y sentido determinados por la flecha de color verde. Parece ser, visto lo anterior, ciertamente difícil que, por poco que pese nuestra querida Charlize Theron y por musculosas que sean su piernas, la presión que sobre el muro pueda ejercer con las mismas sea suficiente para soportar contravenir a nuestra querida gravedad, no existiendo componentes verticales en las fuerzas implicadas. Tampoco se observan fuerzas que pudieran favorecer el rozamiento existente entre los pies de nuestra heroína y las paredes en las que se apoya.

Hay que admitir que ambas situaciones resultan muy efectistas, pero no parecen muy realizables, a tenor de las circunstancias.

sábado, 7 de julio de 2012

iCapsule 4S, que aprenda Apple


Aeon Flux (parte 1, que esta da para rato)

Muchas son las cosas que llaman la atención cuando esta película se ve bajo la mirada crítica de la ciencia plausible. Tantas, que, como se intuye en el título de la misma, dan para más de una entrada (aunque no, Sergio, nada superará a El Núcleo).

Algo que llama poderosamente mi atención es el sistema de comunicación que emplean los partidarios de la revolución: una cápsula introducida por via oral o semi-implantada en la piel sirve para activar un curioso entramado de comunicación.

Tal como parece darse a entender en la película, el contenido de una cápsula se disemina por el organismo al entrar en contacto esta con los ácidos del estómago o al ser presionada –cuando se lleva implantada- provocando una reacción en el sistema nervioso que pone en contacto al individuo con la líder de la organización e incluso con otros acólitos. Pero no os penséis que es un burdo enlace sonoro, no; nada más lejos de la realidad. Los personajes se presentan en forma de avatares con su propia forma en una bonita sala en la cual se encuentra su jefa. Y todo de forma puramente mental, mientras desarrollan cualquier otra actividad.

¿Cómo lo hacen? Y otra pregunta casi más procedente, ¿por qué lo hacen de ese modo?

Es de suponer, salvo que en el futuro desarrollemos la capacidad de emitir y recibir ondas electromagnéticas repletas de información –cosa que veo difícil- que los susodichos personajes llevan algún tipo de implante, y suponiendo más aún, que este se alimente, de algún modo, del calor corporal del sujeto. De todas formas, la conexión cerebral y la interfaz para enviar el pensamiento concreto e interpretar la señal recibida se antoja realmente complejo.

Pero quizá lo más interesante es por qué hacerlo así. No parece muy necesario todo el montaje audiovisual para dar unas órdenes fácilmente enviables por una comunicación sonora. Además, la activación también resulta algo extraña. Pudiendo interpretar las señales del cerebro, ¿por qué no activar el sistema mediante una orden mental?

Si la cápsula, como vemos, es la responsable de activar el sistema, ¿qué es lo que hace?
Podemos pensar que le da energía al sistema implantado para funcionar, pero entonces lo suyo sería introducirla en el propio implante, como si de una pila se tratase. Parece poco efectivo, y hasta posiblemente nocivo, introducir ese suministro energético en el propio organismo.
Otra de las disfunciones del sistema se muestra cuando uno de los personajes está atado en el fondo de una charca, boca arriba, respirando por una cañita como única posibilidad de supervivencia. Tiene la suerte de poder rascar la cápsula de marras para pedir ayuda, pero en lugar de describir a sus compañeros dónde está retenida les “envía” una imagen de lo que ella misma ve. Parece una idea poco eficiente, al menos de primeras.

Desde luego, el sistema elegido por la organización rebelde plantea un importante número de dificultades.

Telépatas tuneros del espacio exterior

Encuentros en la tercera fase


Debe de ser que tengo algo idealizados a los hombrecillos verdes -¿o eran grises?- que tantas veces han amagado con visitarnos, si bien nunca lo han hecho. Supongo comprensible sentir admiración por una serie de tipos capaces de cruzar el inmenso espacio-tiempo, viaje largo donde los haya, y, por si eso no fuera poco, con el único fin de venir a observar a unos pobres bípedos supersticiosos. O nuestra biodiversidad nos convierte en un destino de lujo, o la implantación de sondas rectales un deporte apreciado fuera de nuestras fronteras.

El caso es que, dado lo anterior, a uno le entra cierto escalofrío cuando observa que esa especie de “héroes” se materializan en una extraña mezcla entre un poligonero adicto a los neones y una versión bajita y gris de Uri Geller (pero con poderes de verdad, esta vez).
Son precisamente estas dos cosas -telepatía y adornos vehiculares- las que dan pie a la entrada de hoy.
Como por algún lado hay que empezar, hablemos primero de los poderes que nuestros amigos parecen poseer.

Durante la película, son varias las ocasiones en que se puede observar como la aparición de nuestros amigos de algo más allá del sistema solar conlleva extrañas manifestaciones que parecen carecer de toda lógica en el contexto en que se desarrollan.

Sirva de ejemplo la escena de la habitación del niño, hacia el inicio de la película, en la que progresivamente se van encendiendo los juguetes de este último, como por arte de magia. Muchos -cada vez menos- hemos disfrutado en nuestra infancia de juguetes similares y, al menos en mi caso, recuerdo que muchos de ellos incorporaban un lindo interruptor mecánico o, los más viejos, una llave con la que darles cuerda. ¿Cómo podrían entonces un conjunto de gamberros inter-estelares asustar al pobre niño -o más bien a su madre- sólo con situarse encima del tejado?

Analicemos las opciones:

-Una sobrecarga: aceptando que esta pudiera ir dirigida al objetivo y que el campo que podría inducirla afectase sólo a aquello a lo que va dirigido (lo cual es mucho suponer), diría que freiría los circuitos de los cacharros y el pobre mono tocaría los platillos por última vez. Eso sí, el mono en llamas daría casi más miedo.

-Radiocontrol: podría colar en aparatos que incorporasen un receptor, pero no parece ser el caso.

No se me ocurre, por tanto, una forma que no sea accionando dichos mecanismos. Podría ser que un hombrecillo gamberrete bajase de la nave con su monísimo traje invisible alienígena dispuesto a mosquear al chiquillo, pero dado que no se aprecia que nadie entre en la habitación -ni por puertas, ni por ventanas- sólo me queda pensar que nuestros amigos han hecho entrar en contacto sus índices y sus sienes, han apretado sus grandes ojos negros y han hecho uso de la mágica técnica que es la telepatía –cualquiera que sea su desconocida base de funcionamiento- para mover los botoncitos apropiados y putear al pobre infante.

El segundo punto a comentar en esta entrada es el discutible gusto estético de estos personajes. ¿Quién les ha diseñados las naves? ¿El artista anteriormente conocido como “El MoReNaShO ReShUlOn”? ¿Alguien con un profundo odio por los epilépticos? ¿El dueño de hidroeléctrica?

Cuando se programa una misión al espacio uno de los más importantes parámetros es el ahorro de energía, no digamos ya si la intención es irte a tomar por culo de lejos, como es el caso. ¿Cómo se concilia eso con plagar la nave con una infinidad de lucecitas de colores? Sí, pueden ser leds, o una tecnología aún mejor que nos sea desconocida, pero, ¿para qué? ¿Quién te va a ver en el espacio profundo?

Tampoco han descuidado los "bafles", desde luego. No han tenido mejor opción para comunicarse con una raza desconocida que el sonido. Parece una opción un tanto arriesgada, viendo como varía el rango auditivo de frecuencias en las distintas especies. Sí, han podido estudiar a los seres abducidos a lo largo del tiempo, pero, puestos a ello, ¿no sería mejor aprender el idioma? ¿Usar las matemáticas, el conocido como "lenguaje universal"?
Sólo espero que si algún día recibimos una improbable visita de otros mundos, lo que se baje de la nave sea distinto a Sandro Rey o Pitbull...