miércoles, 11 de julio de 2012

Volare, oh, oh...

John Carter (parte 2)



Los cielos siempre han cautivado la mente humana; no es de extrañar por ello que el hombre haya intentado conquistarlos a lo largo de su historia hasta lograrlo. Existen, ciertamente, muchas formas de volar. Podemos tomar un avión, saltar en paracaídas, arrojarnos por un precipicio... o incluso fumarnos esas plantitas tan aromáticas que colecciona nuestro amigo con rastas genérico. Y luego está la forma de volar que nos propone Disney en esta película, de la cual podríamos decir que, ciertamente, está casi más más cerca de la última de las alternativas que de la primeras.

En realidad, no sería correcto hablar de volar. Si hacemos caso a sus protagonistas, deberíamos hablar de "navegar". Sí, de navegar, pero... por la luz. !Con un par! Esa es la nada atrevida idea de la factoría Disney. No esperéis, dicho sea de paso, que lo justifiquen de forma alguna.

Si bien hemos hecho el matiz verbal sobre el término navegar, no es menos cierto que, en realidad, nuestros modernos aviones no se distinguen mucho, en lo que a su desplazamiento respecta, de los barcos (o, mejor dicho, de los submarinos), pues ambos se dedican a desplazarse por un fluido (aire unos, agua los otros), tratando de sostenerse sobre el mismo.

En el caso de los barcos, estos se limitan a cumplir el principio de Arquímedes (todo cuerpo sumergido en un fluido... ¡Despertad!), logrando que su masa sea inferior al empuje del agua que desplazan. Lo mismo ocurre con un globo aerostático o un dirigible: el aire caliente de su interior es más ligero que el del entorno que lo rodea, ascendiendo como resultado.

¿Y un avión? ¿Puede pesar menos que el aire semejante armatoste? Lo cierto es que no. El avión no pesa menos... hace trampas. El perfil de las alas de un avión está estudiado para que, a partir de cierta velocidad, se genere una fuerza de empuje por debajo de la misma que supere al que se produce en la parte superior y al peso propio  del avión.

Sin embargo, y volviendo la vista hacia el planeta comunista y sus alucinantes naves, la luz, a diferencia del aire o el agua, no es un fluido. La luz que vemos (y la que no) está compuesta por fotones, elementos sin masa. Es una onda electromagnética. No tiene una densidad que nos permita hacer flotar un cuerpo de densidad menor. No genera una fuerza de sustentación al desplazarnos por ella... ¿Como podría nada volar por la luz?

Por si esto no fuera suficiente, no debemos olvidar que las naves que aparecen en la película no es lo que alguien llamaría "pequeñas". Un rápido calculo comparativo con el tamaño de nuestro protagonista nos permite estimar una longitud de al menos cien metros para tales armatostes. Cien metros de metal y tripulantes capaces de sostenerse estacionariamente en el aire, cual helicóptero, con la única ayuda de unos pocos remos con pinta de alas de libélula gigante que ni siquiera presenta un movimiento que nos pudiera permitir achacarles la sustentación de la nave.

Ciertamente, parece bastante increíble que los impresionantes cruceros que vemos durante la película pudieran levantar siquiera dos palmos del suelo.

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